La cocina puede ser muchas cosas: desde hacer violencia con recetas de cabezas degolladas de cabritos, o hacer el amor con recetas de casquería y su ajito latiendo dentro (no olvidemos que el corazón es casquería, amamos con toda nuestra casquería); pero también puede ser una forma de democracia activa, democracia de un cóctel que alterna el gobierno del hielo por el limón o de filosofía de una tortilla que plantea su existencia con un huevo solo y lo que les rodea de historia cultural.
La cocina está llena de convenciones, cuestionarlas es también una obligación moral a nuestro juicio.