Por Rodrigo Varela
Me llaman talibán, pero no lo soy. Lo mío es el esencialismo culinario. Admiro a los cocineros que solo necesitan tres ingredientes, una sartén y una cuchara para hacer maravillas y tuerzo el gesto cuando veo un plato disfrazado con demasiados ingredientes.
¿Quién dicta lo que sobra y lo que es esencial? Mi teoría dice que el número mínimo de ingredientes necesarios para mantener la esencia del plato. Con la tortilla, esto implica que tienes que saber hacerla solo con patatas, huevo, aceite y sal.
Entonces, ¿qué por qué un post sobre la tortilla de chorizo? Porque el esencialismo llevado al extremo produce racismo, sexismo y otros ismos indeseables. Y, aunque siempre seré partidario de la versión esencialista, se debe disfrutar de la tortilla existencialista con chorizo en las siguientes ocasiones.
Tu pareja te la pide // Por la misma extraña razón que hay gente a la que le gusta los Bollycaos, también hay quien prefiere la tortilla con chorizo. Si tu pareja es de esta especie, te toca aguantar. La única excepción se da en los matrimonios clásicos de “café con amigas los domingos por la tarde” ella, “partido de fútbol con los amigos” él. Ella cocina y manda. La hará como le salga de los ovarios.
Como relleno // Te entra antojo de tortilla y tienes dos miserables patatas y tres huevos. Pocas cosas me frustran tanto como tener que hacer una tortilla pequeña. El chorizo te servirá para darle algo volumen y, sobre todo, hacerla más pesada. No te dolerá comer menos.
Como comodín // Miras a las mesas de tu alrededor y compruebas el color de la tortilla. Si es blanquecina, la pides con chorizo, que algo de color y sabor le dará. No sé cuál de tus amigos habrá elegido un lugar para unas tortillas tan malas, pero deberías romper la relación.
Por exhibicionismo // Tienes tal dominio de los fundamentos que puedes hacer una tortilla jugosa de varios centímetros de espesor en la que caben los chorizos enteros puestos de pie.
1. Pelar y lavar las patatas. Cortarlas a lo largo para después hacerlo en láminas más o menos del mismo grosor (1/2 centímetro, aquí puedes sacar un metro si eres muy neuras) para que se cocinen todas en el aceite por igual. Salar.
2. Poner una sartén al fuego más bien suave con el aceite de oliva y añadir las patatas procurando que el aceite las cubra casi por completo. Dejar confitar removiendo de vez en cuando para evitar que se apelmacen o se peguen al fondo de la sartén. Pasar a un colador cuando estén hechas (rendidas como un novio a mediodía) para escurrir el exceso de aceite.
3. Batir los huevos en un recipiente sin pasarnos o la mezcla perderá jugosidad (a nosotros nos gusta batirlos con cuchara en lugar de tenedor). Incorporar las patatas y el chorizo y dejar reposar unos minutos.
4. Añadir unas gotas del aceite sobrante a una sartén antiadherente y dejar calentar bien. Incorporar la mezcla de patatas y chorizo y dejar cuajar un par de minutos antes de darle la vuelta. Cuajar otro minuto, minuto y medio por el otro lado. Y ahí van la belleza y las dos caras del placer, con el olor en la pituitaria todavía puedes coger la mochila, el táper y salir de excursión que mientras dura el paseo pensarás una y otra vez que es demasiado pronto para comértela.
· Usa patatas con alto contenido en almidón, de esas que te dejan las manos manchadas de blanco cuando las cortas. Así evitarás que se te deshagan cuando las frías.
· Echa sal a las patatas, nunca al huevo.
· Dale unos minutos de reposo a la tortilla, para que el huevo siga cuajándose lentamente fuera de la sartén (si quieres ver la diferencia entre cuajar los huevos a alta temperatura o a baja, prueba a hacerlos revueltos directamente sobre la sartén o al baño maría).
Aprende a preparar las auténticas croquetas de patata de Kill la kill.