La pura fiesta de la unión sexual, la lupercalia hecha negocio, así es San Valentín: una buena idea para vender productos en fechas difíciles y una fiesta pagana. Toda fiesta es una justificación para besar y ser besado, para acabar encima o debajo, para decir cosas inverosímiles al oído, para bajar cremalleras, subir hasta el escote, meter un dedo roñoso en el agujero de una media, pasear por las órbitas del amante y verse reflejado en el pendiente ese labio a punto de ese beso. Y un cóctel para calmar la prisa, un cóctel para retardar el placer y luego cinco dedos tensados y ojos en blanco. Decía Cortázar: ven, no haremos el amor, el amor nos hará.

Aquí os presentamos un cóctel muy popular para tomar a mediodía con estilo. Su origen se remonta a los años veinte del siglo pasado, fue ofrecido por mi primera vez en la carta del Hotel Ritz de París (imaginaos esos vestidos brillantes y con flecos, esos cortes de pelo y ese murmullo por los pasillos del hotel en pleno momento cultural efervescente). Os ofrecemos dos versiones, con y sin Grand Marnier, un licor de naranja amarga que convierte al Mimosa en Grand Mimosa. Incluso hay una tercera versión llamada Buck’s Fizz en la que los ingredientes tienen diferentes ratios (dos partes de zumo de naranja por cada parte de champán o cava) y por tanto resulta menos alcohólica. Hala, a probarlos todos y a echar la siesta de ojos vueltos.

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